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domingo, diciembre 28, 2025
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    La respuesta no está en la edad: cuándo es recomendable que los chicos empiecen a usar un celular

    En Argentina, el 42% de los niños adquiere su primer aparato tecnológico a los 10 años, sin reconocer la importancia, ni la autonomía de tenerlo. Qué tener en cuenta para tomar la decisión.

    Cada vez más temprano aparece el pedido de: “¿Puedo tener un celular?”. A veces surge por una necesidad concreta (coordinar horarios, moverse solos, comunicarse), y otras por comparación: “todos mis amigos ya tienen”. En ese punto, muchos adultos dudan entre ceder, postergar o prohibir.

    La posibilidad de acceder a redes sociales, jueguitos, o simplemente estar en WhatsApp conectados a la vez da a los niños una nueva forma de comunicación entre pares, y una forma de que estén entretenidos. Pero… ¿en qué momento es recomendable que tengan su primer smartphone realmente?

    Para Laura Krochik, especialista en crianza y vínculos, el foco no debería estar puesto en la edad cronológica, sino en algo más complejo: la madurez emocional, la autonomía real y el acompañamiento que pueda ofrecer el entorno adulto.

    Autonomía antes que edad: cuándo un celular tiene sentido

    Habilitar el acceso a las tecnologías a los chicos trae múltiples consecuencias: afecta el descanso, su desarrollo y, principalmente, los expone al contacto con desconocidos. Es por eso que pensarlo en términos de conciencia social es fundamental.

    La presión social empuja a adelantar decisiones. (Foto: Freepik)
    La presión social empuja a adelantar decisiones. (Foto: Freepik)

    Según Krochik, el primer indicador no es el rango etario, sino cuánto puede sostener. “Si todavía no se mueve solo, si depende de que lo lleven y lo traigan, tampoco necesita un celular”, afirma. El dispositivo cobra sentido cuando empieza a haber cierta independencia en la vida cotidiana: ir y volver de actividades, organizar tiempos, resolver pequeñas situaciones.

    En ese sentido, advierte que si un niño o adolescente aún necesita supervisión constante para regularse —ordenar tareas, respetar horarios, manejar frustraciones— difícilmente pueda autorregular el uso de un aparato que lo expone a un universo sin límites. Entonces, la autonomía no es solo física, también es emocional: poder frenar, pedir ayuda y comprender consecuencias.

    “Dar un celular no es solo entregar un objeto: es abrir una puerta al mundo, con todo lo que eso implica”, explica. Y por eso, sostiene, la decisión requiere más preguntas que respuestas automáticas.

    Acompañar no es prohibir: conciencia de riesgo y presencia adulta

    Según un estudio del Child Mind Institute, el acceso al celular comienza cada vez más temprano y se vuelve casi generalizado durante la adolescencia. A los 10 años, el 42% de los chicos ya tiene teléfono propio; a los 12, ese número asciende al 71%; y a los 14 alcanza al 91%. Estas cifras ayudan a dimensionar la presión social que aparece en la etapa, cuando no tener celular puede vivirse como una forma de quedar afuera, tanto para los chicos como para sus familias.

    El acceso temprano a la tecnología plantea desafíos en el desarrollo infantil y adolescente. (Foto: Freepik)
    El acceso temprano a la tecnología plantea desafíos en el desarrollo infantil y adolescente. (Foto: Freepik)

    Para la especialista, dar un celular es tanta responsabilidad como entregar las llaves de un auto: “Nadie deja que un adolescente maneje solo sin práctica, normas y acompañamiento. Con el celular pasa lo mismo: puede ser una herramienta maravillosa o algo riesgoso si se usa sin conciencia”.

    Por eso, plantea que la clave no está en el control extremo ni en la prohibición total, sino en la construcción de conciencia. Explicar para qué sirve un celular, cuáles son sus riesgos y qué se espera de su uso ayuda a que los chicos no lo vivan como un objeto de poder o rebeldía, sino como una herramienta.

    Cuando la respuesta adulta es negativa, Krochik sugiere acompañar esa frustración con palabras claras: explicar por qué aún no es el momento, qué condiciones faltan y qué señales indicarían que más adelante sí lo será. Educar, remarca, no es seguir la corriente, sino poder sostener límites desde el cuidado.

    Otro punto central es entender que “celular” no significa automáticamente redes sociales, internet irrestricto o consumo ilimitado. Krochik señala que en muchos países están volviendo los modelos simples, que solo permiten llamadas o mensajes. “Es más que suficiente para comunicarse sin quedar expuesto a contenidos o presiones que todavía no puede sostener”.

    Consensuar no es lo mismo que delegar

    La decisión de entregar un teléfono implica mucho más que un dispositivo. (Foto: Freepik)
    La decisión de entregar un teléfono implica mucho más que un dispositivo. (Foto: Freepik)

    Para Krochik, la discusión no es elegir entre consensuar o limitar, sino entender que ambas cosas cumplen funciones distintas. “El adulto tiene que decidir el marco. El adolescente puede participar del acuerdo, pero no puede ser responsable de algo que todavía no está en condiciones de regular”, explica. Escuchar la opinión del hijo no implica correrse del rol, sino acompañar desde un límite claro.

    En ese sentido, la especialista plantea una serie de recomendaciones concretas para las familias. El celular debería llegar recién cuando hay autonomía real en la calle, y preferentemente comenzar con un teléfono básico, limitado a llamadas y mensajes. El acceso a aplicaciones y redes sociales, señala, no debería habilitarse antes de los 16 años.

    Además, propone cambiar la lógica con la que muchas veces se entrega el dispositivo: el celular no es un derecho adquirido ni un regalo definitivo, sino una herramienta que sigue siendo propiedad del adulto. Por eso, sugiere establecer acuerdos claros que definan tiempos de uso, condiciones y consecuencias ante el incumplimiento. Y una regla que considera clave: el celular no debería dormir en la habitación del niño o adolescente.

    En tiempos donde la tecnología avanza más rápido que las herramientas emocionales para usarla, la pregunta no debería ser solo cuándo dar un celular, sino cómo y para qué. Acompañar, poner límites y estar disponibles no es ir en contra de la autonomía de los chicos, sino crear las condiciones para que puedan construirla de manera gradual y cuidada. Porque, como plantea Krochik, no se trata de controlar por miedo ni de habilitar por presión social, sino de sostener decisiones que prioricen el bienestar, el vínculo y el tiempo de crecer.

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