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domingo, diciembre 28, 2025
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    La lista de renuncias: una propuesta desafiante para cerrar este ciclo

    Renunciar no siempre es pérdida. A veces es un movimiento de liberación, de fidelidad hacia nosotros mismos, y un voto de confianza hacia lo que la vida nos traerá.

     

    Mientras muchos hacen listas de deseos, propósitos, logros y agradecimientos, otros inhalamos y exhalamos varias veces para reunir coraje y concentración. Nuestro objetivo es iniciar un proceso distinto: animarnos a hacer la lista de nuestras renuncias.

    Quienes lo intentamos sabemos que renunciar suele ser más difícil que seguir creando proyectos, estableciendo metas, boceteando futuros y diseñando estrategias para alcanzar un estado que nunca termina de llegar. Por eso, en tiempos de alta exigencia y saturación, aparece una pregunta inevitable: ¿de qué planes estamos dispuestos a bajarnos?, ¿a qué y a quiénes vamos a empezar a decirles que no?

    Armar una lista de renuncias requiere coraje y suele ser el resultado de un movimiento profundo de introspección. No se trata solo de abandonar hábitos, proyectos o entornos. También implica atrevernos a renunciar a ciertas fidelidades invisibles, a creencias heredadas, a modalidades vinculares aprendidas y a aspectos de nosotros mismos que ya no necesitamos sostener.

    ¿Cuánto tiempo más vamos a insistir en aquello que, en el fondo, sabemos que está terminado? Esto aplica a relaciones, a roles familiares, a trabajos dentro de una empresa, a proyectos que excedieron su tiempo de concreción y también a exigencias, anhelos y, especialmente, a nuestras ilusiones infantiles.

    Con los años, muchos descubrimos que aquello que no cerramos por elección terminó cerrándose por obligación. La vida nos enfrenta a límites cada vez más claros y nos empuja a decidir. ¿Por qué?

    Armar una lista de renuncias requiere coraje y suele ser el resultado de un movimiento profundo de introspección.

    “Porque estamos destinados a superarnos, transformarnos y evolucionar. La vida nos arranca lo que ya no sirve a nuestro crecimiento. Nos despoja de aquello que nos distrae de quienes estamos llamados a ser”, me explica Sara Levita, psicóloga y una de las referentes más respetadas de la filosofía de las Constelaciones Familiares.

    Hace unos días grabamos “Esto es demasiado para mí”, el episodio número 58 de Constelaciones para la vida, un podcast que hacemos juntas desde hace años.

    “Esto es demasiado para mí”

    “La sensación de ‘esto es demasiado para mí’ aparece cuando llevamos demasiado tiempo cargando más de lo que podemos sostener. Soportar pesos y responsabilidades que nos exceden suele ser, muchas veces, una lealtad profundamente arraigada en nuestro linaje y en nuestra historia personal. No es fácil reconocerlo ni aceptarlo, pero cuando logramos ponerlo en palabras no nos volvemos débiles ni incapaces: nos volvemos más humildes. Cada vez que podemos inclinar la cabeza, algo más grande nos sostiene y la vida empieza a reordenarse”, explica Sara Levita.

    La primera gran renuncia

    “La renuncia más importante es abandonar la ilusión de salvar a nuestros padres. De forma evidente o más solapada solemos repetir sus patrones, cargar con sus destinos difíciles y pagar sus costos. Cuando podemos acompañarlos y asentir a lo que fue y a lo que es, empezamos a ocupar nuestro verdadero lugar: el de hijos. No es sencillo pronunciar esta frase, y menos aún encarnarla, pero decir ‘con amor y con dolor, yo te respeto’ es un punto de partida”.

    El primer renunciamiento es el de aceptar que no podemos salvar a nuestros padres. (Foto: Adobe Stock)
    El primer renunciamiento es el de aceptar que no podemos salvar a nuestros padres. (Foto: Adobe Stock)

    Respetar el destino del otro

    Respetar el destino del otro nos permite transitar junto a nuestros padres sus últimos años, envejecer y partir como elijan o como puedan. Este principio se extiende a todas nuestras relaciones. El anhelo de salvar a la madre suele trasladarse luego a los vínculos: queremos rescatar a la pareja, a los amigos, a los proyectos, a cualquiera que creemos que podría estar mejor con nuestra ayuda.

    Incluso llevamos este impulso al trabajo. Y en ese intento de salvarlo, todo perdemos mucha vida y a veces, incluso, la vida.

    Aceptar los límites no nos transforma en personas débiles ni descomprometidas. Nos vuelve más humildes. Incluso de a poco nos empieza a aliviar la culpa de no poder salvarlo todo Cuando honramos los destinos difíciles de quienes nos precedieron, de quienes amamos y quizás el propio, algo en nosotros recupera la paz.

    “Con amor y con dolor, yo te dejo ir”

    Necesitamos aprender a renunciar y a dejar ir lo que ya no es con amor, pero lograr esto nunca es simple. Podemos hacerlo con aceptación también del dolor que nos trae este movimiento. La práctica de las grandes renuncias se puede sintetizar en esta frase: “Con amor y con dolor yo te dejo ir”. Esto aplica a padres, parejas, amigos, trabajos o roles que nos dieron identidad. Reconocer lo compartido, lo que fue y duelar lo que podría haber sido. Llegar a sentirnos así, a veces requiere años y procesos. Muchas de nuestras experiencias son tan dolorosas que en el inicio solo podemos separarnos desde el enojo. Sin embargo, llegará un tiempo en el que podremos dar un paso más y desde el alma, bendecir el camino de la otra persona y estar en paz con todo lo que no pudo ser.

    Renunciar a lo que ya no nos da identidad implica también asumir la responsabilidad de ir hacia lo nuevo, aun con total incertidumbre sobre el tiempo por venir. Requiere que ampliemos nuestra capacidad de tomar el potencial de vida que se nos ofrece. Por eso, la pregunta no solo es ¿a qué estamos dispuestos a renunciar?, si no ¿estamos preparados para tomar aquello que nos hace bien, lo que nos diferencia y nos hace únicos, aunque quizás no responda a las expectativas colectivas o del clan?

    Tomar la responsabilidad, aprender a renunciar y a generar espacio a lo nuevo es, de alguna manera, darle la mano a la vida y dejarnos guiar por ella. Comprometernos con nuestras grandes renuncias puede ser un movimiento interno fundamental, no solo para nosotros mismos, sino para la familia, para nuestros círculos de pertenencia, para el colectivo de la humanidad. Ya es tiempo de recordar que cada proceso individual impacta en un movimiento mayor y que el paso de uno, es el paso de todos.

    De la forma que sea, iremos habitando un tiempo y un espacio más coherente con aquello que venimos a experimentar y a crear. Más pronto que tarde llegaremos a nuestra tierra prometida y tomaremos la vida que espera por nosotros.

    Que así sea.

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